Vivimos mirando en la televisión el sinsentido.
El jueves pasado recibí una imagen que sin quererlo me hizo llorar, era el dibujo de una calavera mexicana armada con manos de robot, que flota implacable en una nube diminuta. Conozco a una niña latinoamericana que representó así la matanza en una escuela cercana a la suya. Poco y nada más puede hacer con su dolor.
Sin frontera visible ante la matanza, sólo la separan dos millas de la desgracia. Ella dice que el día del atentado en su escuela se apagó la vida normal de la escuela, corrieron a esconderse los pequeños bajo los pupitres, esperando lo irremediable, mientras las luces de los móviles se encendían sin interrupciones, transmitiendo mensajes algo esperanzadores en medio de la penumbra: "Estoy bien, hermano" le escribían a su vecino de banca". Todos los que tienen a sus seres queridos estudiando en un establecimiento público lloraban contemplando a la muerte, cercana a su centro de estudios.
A la pérdida de vidas absurda y sin frenos, nos hemos acostumbrado todos, como si el mundo tuviese que ser un espectáculo de lobos comiéndose a otros seres humanos, mientras la vida transcurre en silencio, en democracia, con niños sentados como prófugos del fracaso institucional, consumiendo su miedo.
Crónicas, vídeos y lamentos sobre un fenómeno que a duras penas podemos comprender en su totalidad. Con 18 tiroteos a cuestas, el 2018 parece un western guerrero de estudiantes, protagonizado por jóvenes que disparan rifles y fusiles comprados en el supermercado.
Del otro lado, una suerte de movimiento pacifista se toma los medios de comunicación y las redes sociales. Un tuit emitido por una chica que ha cumplido los 16 años, pidiéndole explicaciones a Trump, generó ya 600.000 muestras de apoyo.
Ven a decirme en mi cara que no recibes dinero de la Asociación Nacional del Rifle le gritan frontalmente los jóvenes, en medio del duelo y el terror, al presidente del país más poderoso del mundo, un hombre pelirrojo y bien vestido que ofrece sus condolencias a un grupo de muchachos.
Si la escuela secundaria puede ser un lugar donde incubar la adolescencia, en medio de tiroteos y amenazas, no hay como escapar de esta película de terror.
¿O sí?
Hoy, mientras replicaba los mensajes que el grupo de chicos emite en todas las entrevistas y redes sociales: "Más control de armas" muchos amigos-Treintañeros bien intencionados como yo- me decían que no existe esperanza, que el mercado de las armas mueve dinero en demasía y que quizás debamos acostumbrarnos ya a la cobertura noticiosa como sublimación ante nuestro ácido desconcierto.
Cruz, el asesino, hijo adoptivo de una familia cualquiera, escribía mensajes racistas en Instagram, se dibujaba en palabras y videos de youtube como un futuro pistolero contemporáneo, con un historial depresivo a cuestas, sufriendo la muerte de sus padres.
Al parecer-Dicen sus ex compañeros-lo invadía una capacidad escandalosa para el aislamiento. Finalmente mató a 17 jóvenes y sin quererlo, despertó al movimiento pacifista norteamericano, encarnado en los rostros de un grupo de padres, adolescentes y profesores. Sus vecinos le grabaron disparando afuera de la casa. Sin control. Un sistema estatal que parece no contemplar las señales más públicas. Este jovencito, con su historia perturbadora en las redes sociales y una denuncia previa a la policía a cuestas, mantenía un rifle guardado en su casa.
Los sobrevivientes de esta masacre, llorando sobre sus amigos a quienes vieron caer, manchando de sangre los corredores colegiales, decidieron marchar contra el libre comercio de armas de guerra.
De seguro se esconden muchos motivos detrás de los asesinatos y la crisis de la masculinidad a la que apuntan un par de autoras se alza en medio de un mundo que lanza proclamas como formas de identidades totalitarias, casi nuevas religiones, sin embargo, en medio de tantas iniciativas simbólicas, después de innumerables tiroteos, un grupo de jovencitos decide alzar su voz y exigirle a su gobierno que la guerra cese en los colegios.
Su valentía-Como a miles de personas-me conmueve. También tengo ganas de apoyarles y gritarle a Donald Trump: #NeverAgain
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