El conflicto con las libertades civiles estriba en
que, individualmente, nos pueden resultar sensatas, tanto como nuestro de deseo de cumplir la
voluntad personal sin dañar a otros, lamentablemente, suelen encontrarse con la moral individual de otros que intentan ejercer su poder sobre estas, creándose un antagonismo, en ocasiones, de carácter ciudadano o hasta familiar. Por eso, al final del día, su ejercicio puede requerir de mucha valentía
y, lo que considero más preocupante, a veces, podemos llegar a considerar normales sus intentos de
cercenamiento.
Construimos la realidad con ciertas imágenes y recuerdos. Algunos retumban de forma significativa en nuestra memoria. Ese jovencito apareció junto a mi al medio día,
junto a ese maravilloso calor pegajoso de Guayaquil que antecede las
noches frescas estrelladas con la espuma de una cerveza. Joven, cabello rizado, demostrando mientras desarrolla su discurso, una
excelente memoria. Así debió ser el Tadsio que describe Thomas
Mann en la muerte en Venecia. Este joven emana algo de lo que recoge Xavier Dolan en sus maravillosos personajes.
Este joven me dice algo así como: Yo considero normal que los
matrimonios entre personas del mismo sexo esperen, que primero se
produzca la unión de hecho, para que la gente se acostumbre.
Le contesté que no, preocupada, pensando: no se
en que momento empezamos a considerar que la interpretación errónea
de un derecho civil puede ser una costumbre en nuestra vida política como ciudadanos.
La realidad no siempre se construye con recuerdos difíciles. Algunos, honestamente, preferiría, quizás no haberlos guardado jamás en mi memoria. Junto a muchos otros periodistas de Guayaquil, he contemplado las horribles imágenes repletas de casas construidas en medio de la precariedad, siendo derrumbadas en segundas, usando máquinas inmensas, con la gente llorando alrededor, desesperada, colocando su mirada perdida en ningun lado, en medio de la tristeza que deja el perder lo poco que se tiene.
En el intento de regular algo que
debe ser primero atendido desde una perspectiva de desarrollo dirigida hacia
los más pobres, los responsables de estos operativos han sembrado la tristeza. Considero, como persona que cree en los Derechos Humanos
y además, debo confesarlo, católica, que la solución para estas
familias debe ser analizada junto a los afectados, con la participacion de las universidades, las organizaciones sociales y eclesiásticas del sector y todos los que
voluntariamente quieran ayudar.
A veces los recuerdos pueden ser agridulces. En medio de la desolación han surgido iniciativas que interrumpen la estela de tristeza, porque en Guayaquil vive mucha gente generosa, la reciente atención brindada a la Isla Trinitaria por las personas que compartieron sus historias, les enviaron comida y cuidaron a sus animales, es una muestra de lo que describo más arriba.
Preocuparse por el otro y ayudarle con
sus problemas, ese otro al que he conocido hoy, que no es mi amigo o hermano, algo de eso implica creer en los Derechos Humanos. Considero que se trata de
una tendencia natural en muchas personas, el querer ser útiles y
compartir con otro que lo necesita. Sin importar las diferencias, ideologías políticas u orígenes de clase.
En circunstancias parecidas a las que describo más arriba, en medio de la desolación, conoci a
una mujer, viuda, y a un periodista joven que la acompañaba: mi profesor
Billy Navarrete. El caso Fybeca llenó entonces las portadas de los periódicos,
donde se contaba la tragedia que vivieron estas mujeres. Aun queda
pendiente la respuesta por el paradero de Jhony Gómez. Este caso, la
fotografía y sus sufrimientos, fueron conocidos gracias a la gente que
en ese entonces conformaba Diario El Universo.
Aqui en Guayaquil, mucha de la escena
de Derechos Humanos, tiene mucho de oficio periodístico. Al decir esto me refiero también a
todos los miles de twitteros que participan, difunden y batallan
virtualmente por la vigencia de los Derechos Humanos en el país, a los reporteros, fotografos y presentadoras de televisión que abordan las
perspectivas de los Derechos Humanos en diversos temas: diversidad
sexual, naturaleza, minorías, personas afro discriminadas,
participación política, libertad de expresión y, en otro ámbito
de derechos, de comercio y a los mal llamados activistas-Ejercer los derechos de ciudadanía implica, valga la redundancia, ser ciudadano, no activista, aunque las palabras no se contradigan-que unen su voz a la de esos que no son sus hermanos, pero que por un día han decidido cuidar. Esta acción incluye a quienes protegen a los afectados por un desalojo, a las mujeres que sufren violencia, a los niños, poblaciones discriminadas o a los periodistas.
Al final del día, el opinar es un
derecho humano, sobre la importancia del caldo de salchicha en la
dieta ecuatoriana, justica, politica, cine, chismes o lo que sea.
Opinar es un derecho protegido por la libertad de expresión, derecho
que le compete tanto al periodista que emite su representacion,
investigación y opinión como al ciudadano que la recibe. Los periodistas Roberto Aguilar y José Hernandez-Cuyo trabajo ha sido expuesto ahora en un informe estatal-ejercían su derecho a la libertad de expresión cuando criticaban a los funcionarios públicos. Ellos pueden asociarse con otros para ejercer la ciudadanía.
El derecho a participar en política
lo reconoce la Declaración Universal y otros tratados de Derechos
Humanos. Si revisamos diferentes definiciones sobre política vamos a
encontrar que el ejercicio de esta se encuentra estrechamente
vinculado al ejercicio de ciudadanía y democracia. Criticar y opinar
sobre la esfera pública, el ejercicio de los funcionarios y los
discursos que se esgrimen desde la video-politica, como la entendía
Giovanni Sartori resulta necesario para entender nuestros disensos-Esos que siempre van a existir- y
así construir un país en el que todos nos sintamos, algo así, como
hermanos.