Visitando a su primo, detenido en la cárcel, Ana se enamoró de un recluso español, allí encerrado por haber cometido el delito de micro-tráfico, con estupefacientes.
Como
un personaje de Pedro Almodóvar, suelta
de lengua para explicar su situación y muy predispuesta a tomarse los hechos con picaresca tranquilidad, ella esperaba que su novio, cumpliera la condena.
Mientras
lo visitaba, Ana asegura haber
sufrido pequeñas vejaciones que denunció ante el CDH en 2014. Así la conocí,
mientras documentábamos la situación carcelaria junto a un profesor de
Antropología, como parte del pro-bono que realizamos en la institución.
Cuando nos visitaba en la oficina, sonreía y siempre contaba anécdotas graciosas sobre su amor atrapado entre rejas. Pero su gigantesca sonrisa se quebraba, al describir lo que parecía ser una invasión a su cuerpo. Ella denunciaba, asqueada, el recorrido de un objeto en su intimidad.
En 2014, ella formalizó una denuncia ante el CDH porque ya no soportaba
lo que llegó a describir como una sucesión de hechos desagradables, en la
puerta de ingreso, para ver a su pareja: “Me bajaron los pantalones hasta media
pierna y me
pasaron ese palo detector por adelante y por atrás, me sacaron la blusa, el
sostén y todo”
contaba, incomoda sólo al recordarlo.
El
conflicto entre seguridad y Derechos Humanos es una constante que recorre
nuestra realidad. Sin embargo, los detectores de metales y los perros que
detectan drogas, se utilizan en los aeropuertos diariamente.
A
nadie se le ocurriría ingresar su dedos o un objeto sobre el cuerpo desnudo de una turista.
Entonces, ¿Por qué el cuerpo de las mujeres que visitan la cárcel puede ser
tocado?
En 2014, Ana participó en un plantón junto al CDH, para reclamar por lo que describía como una acción abusiva.
Fotógrafas, tuiteros y periodistas se solidarizaron con su dolor, comprendiendo el asco que debe causar el
ingreso de una mano desconocida en el cuerpo de una persona.
Hoy, en marzo de
2016, dos féminas aseguran ser víctimas de cateo íntimo y presentan una denuncia ante la Fiscalía.
No existe un vacío legal para desaparecer esta asquerosa práctica. Dos
mujeres argentinas obtuvieron un fallo favorable, tras denunciar el cateo
íntimo que sufrieron mientras visitaban a un familiar. La Comisión
Interamericana de Derechos Humanos determinó en 1996 que ellas vivieron una
practica que lesiona la dignidad de las personas.
Debe controlarse el ingreso de armas y estupefacientes a la cárcel, sin caer en prácticas como las anteriormente descritas. En consecuencia, las autoridades están en la obligación de investigar esta y otras denuncias.
¿O
acaso tenemos que aceptar que el cuerpo de las mujeres, sea de todos los que
quieran posar allí un objeto, en aras del control, perturbando su intimidad?