Tengo la buena voluntad de cambiar mis hábitos porque no creo en las soluciones estatales.
Nadie se va a autorregular si le resulta lucrativo depredar el mundo, contaminando las aguas, destrozando los parajes, acabando con la selva.
Ya en estas líneas sospecho que unos pocos me van a
odiar.
No te preguntas que es todo lo que se mueve en el mundo para que te puedas comer tu platillo favorito. Durante 30 años fui así.
Crecí entre gente de izquierda y liberales económicos, fue una buena combinación, me dio la libertad de elegir al recibir tanta información.
A veces quería preguntarle a mi padre si era Stalin el
sepulturero de la izquierda socialista, o lo era el acabar con el proyecto de
los soviets, el atacar a medianos empresarios agrícolas, anular la crítica del
maravilloso cineasta Alexander Medevkin, o a qué se podía referir.
A mi hermana sí le dije que todos los desastres bancarios
conocidos tuvieron salvatajes del estado. Y que yo ahí el liberalismo económico
no sé dónde está. Décadas sin tener muy claro en que creer, tomando ciertos principios de los Derechos Humanos porque pensaba, y sigo haciéndolo, que garantizan unos mínimos de dignidad y de control ante el estado de naturaleza, como lo entendía Tomas Hobbes.
Quizás yo no tengo razón y todo lo que escribo sea una
pavada, no soy politóloga, ni intelectual, solo tengo intereses periodísticos,
literarios y me gustan las Ciencias Sociales, pero más allá de mis carencias,
sí me importa la libertad, por eso, esta es la lección que me dio Ganimedes, mi
bicicleta, la quiero contar ahora.
Hace un año le compré la bicicleta blanca y pequeñita a
Kathy García, durante la pandemia, ella se convertiría en mi profesora de
ciclismo, resultó interesante nuestro proceso pedagógico ciclista porque mi amiga de la universidad y de la piscina,
también estudia Literatura y su visión del feminismo esta cruzada con mi
pasión, el Psicoanálisis.
Ella sabe que hay que hacerse cargo de una misma, al final.
Las estructuras sociales existen, pero la verdadera libertad está en la toma de
conciencia. Esa que me hizo hacerme cargo de lo que como, de donde viene y como
puedo con mi decisión, contribuir al cuidado de la naturaleza.
Entonces, entre mi own kind in this tropical city, empecé a
resignificar el miedo, la ciudad y la calle. Aprendí a mirar para todos lados, prestar
atención al semáforo, lidiar con los enfermos morbosos de la calle y agradecer,
sobre todo, a la gente tan bondadosa que se detiene junto a mi cuando voy a
virar.
No todo es malo ni aterrador como parece-Aunque debo
confesar que yo uso rutas sin buses-las mujeres de la ATM te abren la ciclo vía
en sus monopatines supersónicos y en esta vía de la calle, encontré algunos
descubrimientos:
-En los parques hay comunidades de ancianitos que comentan
entre risas las noticias del día, cada noche.
-Puedo volar entre los edificios del pequeño Manhattan que
me rodea.
-Es bastante sencillo controlar el miedo, con la respiración
y el prestar atención a todas las señales.
-El miedo, una vez conquistado, es un camino de una vía.
-Se esquiva mejor a la delincuencia.
-La felicidad está en nuestro corazón.
No niego que aun siento algo de temor en ciertas calles,
pero no voy demasiado rápido, tengo los dedos clavados en los frenos como me
enseñó mi profesora y me hago responsable del impacto ambiental que generan mis
movilizaciones.
El efecto del ejercicio en el cuerpo, ni se los cuento,
tonifica todo el cuerpo de forma brutal y sin gastar nada. Sobre la
delincuencia, si les recomendaría que, si no saben salir y andar rápido,
dediquen uno mes a practicar en un espacio seguro.
Y así como mi maestra me enseñó a recorrer las calles, si
alguien necesita de mi ayuda-Por ahora en vías sin buses-aquí me puede
encontrar.
Mi bicicleta se llama Ganimedes como la protagonista de “As
you like it”, la obra de Shakespeare, porque como ella, siento que:
“Unless you
could
Teach me to
forget
A banished
Father, you
must not
Learn me
how to
Remember
Any
extraordinary
Pleasure”
De alguna forma extraña, eso hizo el pequeño corcel de esta princesa
que cree en la aristocracia del corazón.
(Dedicado a mi abuelo, quien decía que la Ecología rimaba con Economía).
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